A veces no puedo escribir. A veces me cuesta sacar todo lo que pienso acerca de esta situación. A veces el positivismo de las redes me abruma y se me hace una bola que contrasta con la aplastante realidad que vivimos. Sé que es algo común. Sé que vivimos nuestras vidas a través y a pesar de ello. De pequeña solía escribir hasta que mi furia, mi dolor o mi angustia se mermaban. Era mi pequeña salvación hasta que empecé a darme cuenta que al salir al mundo, la práctica a veces aplasta.
Los niños y niñas están en las aulas de vuelta, y sé, que esto, asusta. No sólo por el contagio, sino por lo que a largo plazo puede ocasionar las medidas de distanciamiento social, que todos sabemos que acarrean ciertas consecuencias; en unos más que en otros. En verano he estado con niños y niñas en un recurso de conciliación. Pequeño, a mi parecer con poco riesgo, y aun así, no me sentí del todo segura ni un solo día. Lo difícil de esto, es precisamente eso, que hagas lo que hagas, nunca está del todo correcto, del todo seguro. Para ganar algo, otra cosa se debe descuidar. Como cuando dejas a un niño andar solito cuando todavía se cae, o cuando tu hijo adolescente empieza a irse sólo con su coche recién estrenado a lugares que tú ya no conoces ni manejas. Es un riesgo, y nunca sabemos, nunca, podemos saber, si será letal. La paradoja del saber perder, saber soltar.
Por eso más que nunca debemos saber dónde está la balanza. Hasta dónde vamos a colocar la seguridad? Hasta su máxima expresión, pase lo que pase? Y aun así, seguirá estando seguro/a?
La vamos a colocar en seguir adelante? Con sus viejos hábitos, costumbres, fiestas, privilegios, pero con una mascarilla colgando del mentón?
El primer caso, es el que en época de confinamiento más nos ha rondado la cabeza. Y está bien, es lo normal, pero ahora parece que el mundo no se detiene, ni debe. Esto va para largo y debemos adaptarnos “a la nueva realidad”.
Los centros lo han hecho lo mejor que han podido con lo que les han dado, y digo con lo que les han dado, porque esto también pone de manifiesto las diferencias socioeconómicas entre centros públicos y “algunos” privados. Y recalco «algunos» porque no todos afrontan la misma situación económica, este es otro punto importante que no tardará en estar vigente este estado de pandemia: “las desigualdades de clase”.
Como os decía, yo hice mi primer experimento en verano y lo cierto es que estas desigualdades se notaban. Dicen que los niños/as se adaptan a todo, más que los adultos, y en cierto modo es cierto, pero os diré que muchas cosas que sufren les cuesta entenderlas y procesarlas. He vivido asambleas en las que tenía que hilar fino muchas cosas que en sus casas no les decían, como el hecho de compartir comida. He vivido tener que aislar a una niña y recomendarla ir para su casa; aún sabiendo que allí estaría aún más insegura, sólo por un pequeño dolor de cabeza, de esos que se pasan a los diez minutos de jugar, pero… ”este año es diferente y hay nuevas reglas, por el bicho” que es lo que les solemos decir, y he visto como esa niña no ha vuelto más sin la posibilidad de despedirse de sus compañer@s, debido al miedo y a la mala interpretación de las medidas de algunas familias. Como si de repente fuesemos conscientes ahora mismito de que existía ese riesgo, pero antes no. Y es que muchas familias todavía no están bien conscientes ni informadas.
He visto algunos rebeldes, que dicen: a mi no me mandan ponerme la mascarilla, y he visto como sin recursos, ni espacio, ni instalaciones, tener que crear todo un ritual incomprensible sólo para poder jugar con algún material. Algo que en algunos centros están prohibiendo, y que creo yo, hay formas de gestionarlo poco a poco. Y se puede, se puede si sigues teniendo muy presente esa balanza: Seguridad y Desarrollo, No todo en una, ni todo en la otra. Asumir riesgos en dónde si podemos hacerlo, y cortar de raíz donde no, como por ejemplo tener que esperar seis días a que te digan cuando confinar una clase, como ha pasado en un centro de Madrid, eso no puede ser . Dicen que hay que convivir con el virus, yo creo que más bien hay que lidiar con el virus.
Además está la incertidumbre de cómo todo esto les va a afectar a las niños y niñas. Según la psicóloga Elisabeth Raffaut:
El distanciamiento social frena el desarrollo natural de los niños. Las restricciones a la libertad de movimiento y la exclusión tienen un efecto negativo si duran mucho. Una situación como esa puede ser compensada durante algunas semanas, si dura meses o años, afecta la autoestima.
No tod@s somos iguales, habrá niños y niñas más resilientes, más tranquilos, y l@s que tienen la inquietud e impulsividad por bandera? Para los que cambiar de clase para ir a música y aporrear un xilófono era su salvación? Ahora eso queda excluído. Habrá que crear otras formas para reconducir esta necesidad de alguna forma. O para los que el contacto físico era la forma de comunicación por excelencia, ya que el ruido y la comunicación verbal les parecía un jeroglífico.
Es necesario pensar en esto, por si la situación durá más de lo esperado.
Y si, sé que no todo son desventajas, el hecho de parar, revisar mascarilla, observar donde está el gel y crear una rutina de control de impulso y gestión de los movimientos, no es malo, creo que se trabajan un montón de funciones ejecutivas que en plena “era de la instantaneidad” se estaban perdiendo. Los centros eran un caos de infantes alocados corriendo y hablando todos al mismo tiempo. Quizá esto también sirva para parar, pensar, decidir, meditar. Esto también es un buen aprendizaje, para todos/as.
En definitiva, debemos pensar en todo y en tod@s, y es difícil, no hay una varita mágica y una forma perfecta, ese es el reto. De todas formas, os dejo unos tips breves, para ir más al grano y dejar tanto “tostón”:
– Poco a poco: Descomponer el problema en pequeñas partes e ir instaurando las prácticas y rutinas poco a poco. A veces sólo eso lleva tiempo. No podemos hacer todo a la vez.
-Crea rutinas estables que ellos recuerden: El gel después de tocar cosas y al entrar y salir, tocar sólo lo que vas a comer sin manosear y usar la mascarilla, es fácil de recordar, a veces menos es mas. Si son muchas cosas y cambiantes, las olvidarán. Si siempre, siempre, siempre decimos cosas breves, los acostumbramos. No podemos estar siempre vigilando que no se toquen, pero podemos instaurar hábitos que recordarán si les damos importancia.
-Seamos auténticos y aceptemos los miedos: No dramaticemos ni edulcoremos. Seamos sinceros y sinceras. Yo les decía: “Se que soy una pesada…” y ellos decían “siiiii” pero yo les contaba lo que podía pasar si metíamos el bicho en nuestro ecosistema, sin entrar en detalle, lo justo y necesario para que vieran que mi preocupación era sincera. Y sentí que al final fue suficiente sin generar demasiadas ansiedades. Escuche sus miedos y preguntas e intentábamos ver que podíamos hacer para que fuera menos malo. A veces eso les relaja más de lo que creemos.
Al fin, no ha sido tan difícil escribir, al menos no tanto como sentir dolor o preocupación. Quizá más que aclararos os he hecho un embrollo aún más grande, pero recordad que no se trata de tener todas las respuestas, sino todas las preguntas.