Nos hacemos mucho daño. Casi como si fuera una frase hecha, un refrán, una forma de hablar. Es tan habitual como el estirarse por la mañana. Levantarse y hacer el desayuno:
Un cola cao con galletas y un poco de dolor.
Cuando hacemos daño, no podemos permitirnos sentir lo que puede estar sintiendo el otro, porque sencillamente ya es demasiado, estamos tan agotados que necesitamos soltarlo, echar fuera todo a ver si al aire seca antes y mejor. Ahora la pelota está en tu tejado, y a ver qué haces con ella.
Tenemos la estúpida esperanza de que si lo decimos; directamente y bien alto, algo va a cambiar. Nada va a mejor cuando lanzas un dardo envenenado. Envenenado de dolor para el otro.
“Noteimporto,eresmalo,nuncahacesnada,portuculpaestoycomoestoy,nomecuidasnunca, nopuedomas….”
Juicios que automáticamente se instalan en la boca del estómago del otro y, lejos de poderlo digerir, se siente golpeado, inexplicablemente confuso, porque normalmente, no está de acuerdo. Y así empieza la resistencia.
Me resisto. No a entenderte, no a cuidarte. Me resisto a sentirme algo malo e inadecuado, cuando no hago más que trabajar por tu aceptación, por tu atención o tu cariño. Me resisto a sentirme así de mal y entonces me compadezco de mi mismo: lloro, me quejo, grito…
Ojalá me dijeras, cómo hacerlo mejor. A veces no lo sé, sé que me lo has dicho 100 veces, pero cuesta. Cuesta porque llevo 200 haciéndolo mal, o me cuesta prestar atención, o es que a veces hablas tan rápido que no lo entiendo bien. Y otras… otras veces estoy tan enfadado/a que ya no me apetece, que sólo quiero dar patadas, o llorar.
Nos hacemos mucho daño. Crees que llevarme al punto de dolor va a hacer que reaccione, que algo cambie, que le vea las orejas al lobo. Pero no es así. No cuando estoy tan echo/a polvo, no cuando no dejo de buscar la forma de que me entiendas. No porque el miedo a que te enfades se ha transformado en otra cosa. En pesar, en rabia, en desvalorización, en dolor puro y duro.
Por favor, valora mis pequeños cambios, aunque sean casi imperceptibles, valora cuando intento controlarme, valora mis ideas de mejora. Valora que intente acercarme a ti. Valóralos porque son las cosas que me dan fuerza para seguir y avanzar. Necesito seguir aprendiendo, no lo sé todo, cometo muchos errores. Pero no me quites el valor, el amor, la paciencia…
Sé que a ti también te hago mucho daño. Me siento culpable, y eso me hunde más. Ayúdame a que deje de ser una costumbre, tan habitual como levantarse por las mañanas y desayunar.
Ayúdame, mamá, papá…
Virginia Castro Crespo