Lucha por lo que quieres. No te rindas. Puedes conseguir todo lo que te propongas. Mensajes como estos inundan eslóganes, películas y carteles publicitarios. Nos hemos motivado escuchándolos, soñando con que todo lo que hacíamos valía la pena, porque al final, serviría para conseguir o mantener a nuestro lado lo que anhelamos.
Y entonces hacemos cosas, nos preocupamos, inventamos mil y una formas para conseguirlo y sobre todo aguantamos, soportamos lo indecible. Todo es poco. Somos resistentes, somos fuertes. Y es que el ser humano es resiliente cuando tiene algo por lo que luchar, cuando tiene una meta.
¿Y si te dijera que no siempre es bueno aguantar? Ya que inevitablemente perder es parte de la lucha y de la vida. Pero es a veces el miedo al dolor lo que nos impide dejar que suceda, el dolor de dejar atrás algo que creemos necesario.
Perder duele. Se sufre y el sufrimiento es algo que tendemos a evitar. Según Albert Espinosa, las perdidas pueden ser ganancias, y a menudo no sabemos qué encierra de bueno algo que nos ha pasado. Todo lo que nos pasa puede tener un sentido o albergar una oportunidad. ¿Si no hubieras perdido aquel trabajo o aquella persona que quisiste como podrías haber conocido a la persona con la que compartes hoy tu vida o el trabajo de tus sueños?
Pero para poder asimilar un duelo debemos de estar preparados. Acostumbrarnos a asumir las pérdidas pequeñas o medianas del día a día. Es importante enseñar a los niñ@s que tanto los momentos dolorosos como los felices son pasajeros y que la vida es dinámica y cambiante. Los niñ@s aprenden de la cosa más simple, cada vez que un plan se trunca, por ejemplo, un dia de lluvia que nos impide ir a la playa, podemos enseñarle a buscar el lado bueno, o cada vez que algo malo pasa, como una caída que acaba en una pequeña lesión, puede ser una excelente oportunidad para aprender valiosas lecciones y encontrar la oportunidad de conocer otro tipo de diversiones. Para poder enseñar esto, el padre, madre o educador tiene que tener una mirada distinta, abierta al cambio, optimista, paciente. Porque las decepciones y las pérdidas siempre estarán presentes y a veces también golpean a los cuidadores. Y es ahí cuando surge el miedo a soltar, el dolor y el sufrimiento. Y ya que duele perder, necesitamos recursos internos para afrontar la tragedia y el dolor.
¿Qué recursos para afrontar la pérdida reciben hoy los niñ@s? ¿Cuando enseguida reemplazamos todo lo que pierden o destruyen? ¿Cuando valoramos más sus resultados, victorias y pérdidas que sus esfuerzos o aprendizajes? ¿Cuando no tenemos en cuenta sus sentimientos de dolor? ¿O cuando les ocultamos mascotas o familiares fallecidos? Sin todo esto, es imposible que aprendamos a enfrentarnos a la decepción, a la pérdida y al dolor.
Pero no siempre es así, muchas veces luchar es bueno y necesario. ¿Pero cuándo no luchar por lo que quieres es no perder? Cuando lo que quieres te está matando, en algún sentido. Física, emocional o afectivamente. Entonces, lo que quieres ya no es algo que sale del corazón sino una necesidad creada por la obsesión de colmar una expectativa que ya no existe, una especie de guerra interna motivada por el miedo a perder y la incapacidad de soltar algo que no quiere seguir permaneciéndote. Y es entonces cuando te das cuenta de que es una necesidad egoísta. Y que cuanto más te aferras a ella más cosas pierdes por el camino, incluído todo lo que te hace ser tú. Pero esa pérdida no viene sola, trae alivio. Liberación.
Asi que recuerda que dejar de luchar no siempre es perder. Recuerda que si has perdido a alguien o algo, quizá sea una ganancia, o quizá un aprendizaje valioso. Sea lo que sea, probablemente no será algo que puedas comprender ahora. Quizá no sea el momento. Porque las cosas se aprenden cuando toca. Si toca.
Y recuerda también que el que más pierde es aquel que no tiene nada que perder. No puede perder nada porque no hay nada por lo que palpite su corazón. Asi que vive. Y sufre. No hay otra forma de hacerlo que con dolor.
Virginia Castro Crespo
Wouuuu, me encantó!