“Más vale estar solo que mal acompañado”, “Hay que aprender a estar solo para poder estar con alguien más”, “la soledad es liberadora…” Frases como estas nos acompañan desde que venimos al mundo con la intención de adherirnos a otro ser que supuestamente nos “complemente”. Claro que después, tras unas cuantas decepciones nos parece haber estado leyendo el libro por el final y nos sentimos defraudados y estafados.
Os explicaré porqué. Según los estudios el ser humano está hecho para vivir en compañía, amparado por una tribu con la que establezca vínculos familiares. Esto resulta paradójico ya que los mismos estudios han comprobado que, para las personas que llevaban solteras toda la vida la autosuficiencia les fue provechosa: cuanta más autosuficiencia, menos probabilidades tienen de experimentar emociones negativas. En las personas casadas pasaba todo lo contrario. Es decir, según las investigaciones, las personas solteras son más felices que las casadas.
Sin embargo existe como una especie de necesidad de formar una familia, por un lado como necesidad biológica; ya que el cerebro nos sabotea constantemente con la intención de reproducirse y perpetuar la especie, y por otro lado como necesidad social y cultural, ya que nos rodeamos de amigos y familiares que van formando su pequeño nido, casa, pareja, hij@s… dejando al resto con su soledad iluminadora. Y esto nos hace sentir incompletos, vacuos.
Te daré un tiempo para asimilar toda esta información… Vamos a ver, necesitamos una tribu, una familia, pero casados experimentaremos emociones negativas, por lo tanto, infelicidad. Es más, si resulta que somos solter@s de larga duración y llegamos a una edad experimentaremos una especie de vacío biológico por no procrear y conseguir esa tribu que necesitamos. ¿Enserio?
Pero por qué la soltería libera y el compromiso genera a largo plazo dichas emociones negativas? Es realmente cierto o se trata de una mala interpretación del compromiso?
El problema es que hemos hecho la casa por el tejado. Evitamos la soledad como una especie de dolor que se expande por cada rincón de nuestro ser y nos recuerda todos los miedos y traumas que atesoramos desde nuestra infancia como si de una reliquia familiar se tratara. Y pretendemos que sane construyendo encima… sin revisar los cimientos, la calidad del terreno, la estructura… y cuando esa persona aparece, volcamos nuestros miedos, nuestras necesidades en el que creemos nuestro “complemento”. Pero tarde o temprano nos damos cuenta de que la casa se tambalea, y la forma de afrontar esto será determinante. Inútil sentirse culpable, necesario tomar la responsabilidad.
Nuestro primer vínculo emocional de seguridad son nuestros padres, creemos que el mundo se acaba si ellos no están detrás para salvarnos cuando todo se tuerce. En este caso la soledad es igual a peligro, ya que la biología nos enseña que un depredador podría estar cerca. L@s hij@s aprenden esta interpretación de la soledad. Algunos, al ver el matrimonio de sus padres se hacen preguntas como: Por qué discuten todo el rato? ¿Por qué parece que se ha acabado el mundo? Por qué luego se abrazan como si nada hubiese pasado? Estas incoherencias son vividas por los niños y niñas como pinchazos en el alma, además de transmitirles una creencia: “Las relaciones felices no existen”.
Y si fuésemos capaces de construir vínculos sanos, sin necesidad de “poseer” a la otra persona o de verla como alguien que debe de ser devoto de nuestras necesidades? ¿Si fuésemos capaces de simplemente disfrutar de la magia que une dos mentes que se complementan, que se admiran? Teoría. Pura teoría que no dará resultado si no hay consciencia del verdadero problema. Una consciencia que solo surge cuando las dos personas se esfuerzan por mejorar y por comprenderse. Por saber diferenciar sus miedos de sus necesidades profundas. Porque es verdad que no debemos cambiar por nadie. Pero debemos cambiar por nosotros mismos, al mismo tiempo que protegemos lo que somos, nuestra esencia.
Y es entonces cuando a veces aparece la soledad, para recordarnos que forma parte de la vida, de nosotros mismos. Que sólo reconociéndola dejaremos de temerla. Y veremos que la soledad no es mala, que nos hace aprender a ver y sobre todo a vernos. Y que tras este descubrimiento podremos quizá encontrar a personas con las que formar una tribu, una que pueda manejar esas emociones negativas que surgen de convivir con alguien más que tu propio ego, esas emociones que te llevan a cuestionar tu orgullo o a proteger tu autoestima. Lo que sea. Pero desde la certeza de que eres libre. Desde la fortaleza que sólo una persona que ha vivido en soledad puede tener.
Virginia Castro Crespo